miércoles, 28 de febrero de 2007

Beso con luna roja

Último día de vacaciones. Anochecía. Yo volvía a casa por la calle principal, en dirección al lago. Caminaba con la puesta del sol en la espalda, mirando mi sombra que se alargaba y se perdía en las piedras, mientras se iba apagando el sol. De frente y a lo lejos veía la llegada de la noche reflejada en el lago, cada vez más oscuro.

En esa semipenumbra de atardecer tardío fue cuando, al fondo de todo, empezó a salir la luna. Una luna de verano, anaranjada, casi roja, mi luna preferida. Empecé a caminar muy despacio, respirando suavecito, intuyendo el milagro de una salida de luna llena anaranjada en una noche tibia de verano. Un milagro que, inexplicablemente, no se terminaba, se prolongaba más de lo esperado. Pasaron dos, tres, cinco minutos. La luna se quedó trabada en el borde del lago, sólo un bordecito de luna que sobresalía envuelto en la bruma de arreboles.

Mientras esperaba que la medialuna se convirtiera en llena, apareciste en el cruce de una calle y me puse a temblar. Hacía días que nos mirábamos y nos sonreíamos cada vez que nos encontrábamos. Yo sacudía el pelo, mientras me reía con mis amigas y te miraba haciéndome la tonta. Vos hacías gala de destreza en todo lo que podías para impresionarme, buscando mi mirada. Ese atardecer seguí caminando como si nada pasara y empezaste a seguirme, cada vez más cerca. El hilito de luna, todavía envuelto en brumas, se elevaba cada vez más por encima del lago, sin decidirse a convertirse en luna llena. Y entonces todo cuajó en un momento, tu mano que me alcanza, el abrazo que evita la traición de mis piernas temblorosas, el primer beso, la certeza del eclipse de luna total, inesperado.

Me acuerdo que nos metimos en el jardín de una casa abandonada. Debajo de un árbol, nos besamos durante horas sin hablar, sin decir absolutamente nada, solo miradas, sonrisas, murmullos y arrullos en las pausas de los besos. Cuando volví a casa, el eclipse había terminado, la luna, llenísima, ya estaba por la mitad del cielo y los mosquitos habían hecho estragos en mis piernas de verano. Nunca más te volví a ver. Y ni siquiera me acuerdo de si alguna vez me aprendí tu nombre.

viernes, 23 de febrero de 2007

¿Demasiado confiados?

Mi marido y yo, además de estar de acuerdo en que para hacer los hijos más lindos del mundo hacen falta una argentina y un danés, también estamos de acuerdo en que el país perfecto sobre el Planeta Tierra, sería una mezcla de Argentina y Dinamarca. Pero así como con los hijos no da lo mismo lo que se hereda, tampoco es irrelevante con qué cosas nos quedaríamos los dos de nuestros respectivos países y cuáles cambiaríamos con gusto.

Para las cualidades argentinas que tendría que tener ese país ideal, cederé la palabra a mis queridos lectores y los dejaré expresarse en los comentarios. Al fin de cuentas el ejercicio será doble, por un lado espero que aparezcan comentarios creativos y sorprendentes, por otro sería una forma de salir de esa costumbre irreprimible que tenemos los argentinos de protestar todo el tiempo, quejándonos del país en el que nos tocó en suerte nacer. Para tranquilizarnos un poco, voy a aclarar que esa es una cualidad que compartimos con los daneses, aunque sea difícil creerlo. Ellos, cuando están en su país, lo insultan y lo desprecian sin ningún miramiento, pero cuando están afuera, la nostalgia que les agarra es tan grande, que son bastante raros los que emigran para siempre. Encima, los que lo hacen, construyen una copia de su paisito en donde estén. Los que no me creen, pueden darse una vuelta por Tres Arroyos o Necochea para comprobarlo.

Así yo podré concentrarme solamente en lo que me gustaría ver trasplantado del Lejano Norte al Lejano Sur, el detalle que convertiría a la Argentina en el país que soñamos todos desde siempre. ¿Cuál es la clave para eso? La palabra mágica es confianza. La confianza que existe en cada uno con respecto a los otros y al resto de la sociedad, un concepto que ahora está muy de moda y que se llama "capital social". Mi primera experiencia con ese concepto fue reveladora, pero suficiente; descubrir que no hacía falta contar los vueltos, ni en los bares, ni en el supermercado, ni en el colectivo. Dedicarse a contar vueltos era, nomás, una pérdida de tiempo que se podía dedicar a otra cosa, como sonreírle a la camarera o decirle buen día al colectivero.

No hace falta ser demasiado imaginativo para empezar a descubrir todas las ventajas que tiene eso de tenerle confianza a los demás. Uno le cree al médico y no hace falta ir a ver a otro para que le confirme que no tiene cáncer, está seguro de que el farmaceuta no intentará venderle un remedio nada más que por venderlo, confía en que al comprar ese auto usado no le están vendiendo gato por liebre (aunque acá aconsejo igual tener un poco de cuidado, los vendedores de autos son un poco peor que el común de los mortales en todos lados), puede dejar sus cosas, incluída la cartera, en el aula mientras sale a fumar un cigarrillo con sus alumnos, sabe que los trámites se solucionan por teléfono, sin hacer cola y sin pagarle a nadie nada extra para que se solucione mejor, deja a los bebés durmiendo en la parada del colectivo mientras va a comprar el diario, está segura de que si el marido dice que se va de parranda con los amigos no se va a acostar con otra, y así.

En fin, después de un tiempo, uno se hace adicto a ese orden de cosas y baja demasiado la guardia, pero de eso se trata, justamente. Para los que dicen que la vida es aburrida en un lugar así, les aseguro que es mentira.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Vagando por ahí...

... encontré otro lindo cuentito.

jueves, 15 de febrero de 2007

La suegra mas bruja

Mi suegra no es una suegra, sino una suegrastra, la segunda esposa de mi suegro. Mi suegra de verdad, la abuela de mis hijos, murió unos meses antes de que yo llegara a Dinamarca, lo que me hace estar en el sexto cuadrito del dibujo de Maitena sobre las suegras. Como no hay mal que por bien no venga, con mi suegrastra se cumple la regla mnemotécnica que me enseñó mi profesora de matemática de primer año del colegio para multiplicar números con distinto signo. Esa de "los amigos de mis amigos son mis amigos, los amigos de mis enemigos son mis enemigos, etc". Con una suegrastra pasa lo mismo. Una suegra y una madrastra suelen ser personajes bastante nefastos, pero yo les aseguro que de la combinación sale una persona deliciosa, una señora súper-agradable que, además de hacer feliz a mi suegro, resultó ser una abuela impresionante con los nietos postizos que le tocaron en suerte.

El caso es que, si la Parca no se adelanta demasiado, en algún momento, por desgracia no demasiado lejano, yo también me convertiré en suegra y, lo que es peor, en la suegra más bruja de todas, la madre del marido, dado que soy la afortunada madre de dos hijos preciosos pero varones.

¿Qué problema hay con tener varones? Cuando estaba embarazada de mi primer hijo, yo quería tener un nene que saliera igual al padre. El padre, sin embargo, quería una beba igualita a mí. Hay que aclarar que eso parece ser un fenómeno recurrente en parejas jóvenes y enamoradas a la espera de su primer hijo, así que queda justificada la cursilería. En el momento del parto, cuando me dijeron que era un varón, me puse contenta porque tenía al bebé que había soñado, pero al mismo tiempo sentí una especie de leve tristeza indescriptible, esa sensación de pérdida sin final que tiene uno cuando se ve obligado a elegir y al mismo tiempo a renunciar para siempre a la alternativa no elegida. En este caso no era una elección, pero la sensación era la misma. Algo parecido pasó cuando nació el segundo. Mi idea era tener "dos de lo mismo", y así fue. Y la misma sensación de haberme perdido algo que no podía ser nunca jamás se repitió en el segundo nacimiento.

¿Y a qué viene todo esto? A que mi hijo menor está de novio y no es ninguna tontería, no. La historia empezó cuando estaba en segundo grado, creo, y ahora está en cuarto. Hoy llegó a casa totalmente enamorado y feliz. Cuando nos abrazamos para saludarnos, le sentí un olor raro y pensé que lo tenía que mandar a bañarse. Al rato, acurrucados los dos mirando tele, me cuenta que en la clase de no se qué les habían mostrado una película y que se había pasado toda la película con mi tocaya (sí, se llama igual que yo) recostada en su hombro haciéndole mimitos. En eso, se huele la ropa y me dice: "Mmmm, huele a Anna". Olía a otra. Y yo lo estaba por mandar a bañarse.

Dicen que las mujeres nos enamoramos usando algunos criterios bastante antiguos y que de esa manera seleccionamos al hombre que más nos conviene para tener hijos, un hombre compatible genéticamente con nosotras mismas pero, al mismo tiempo, lo suficientemente distinto como para que se produzca algún mecanismo de selección que reemplace genes más "débiles" por sus correspondientes más exitosos. Por ejemplo, yo soy muy miope. La miopía es un característica dominante, por lo que si tenía hijos con otro miope, el único resultado posible iba a ser hijos miopes. Para evitar eso, toda la vida tuve tendencia a enamorarme de hombres no miopes y parece ser que la estrategia tuvo éxito. En una de las últimas visitas al oculista, este nos aseguró que el mayor ya pasó la edad en que se revela la miopía. ¿Qué yo elegía a mis novios porque no usaban anteojos? No, no en realidad. Yo los elegía porque me gustaba cómo olían. Y mi marido era el que más rico olía de todos.

Y así estamos, mi sensación de pérdida infinita por no haber tenido hijas ahora se explica; con toda seguridad está determinada por la imposibilidad de haberles pasado mi criterio de selección atávico, el olfato. Y mi desconfianza hacia mis futuras nueras proviene de que, en realidad, son ellas las que elegirán, y no yo, a través de mis hijas.

En fin, quizás lo mejor sea respirar hondo, dejarlos ser felices y confiar en que ellos van a saber elegir igual de bien que su padre cuando llegue el momento.

domingo, 11 de febrero de 2007

Otra de esas búsquedas

Si uno busca en Google fotos de los chicos mas lindos del mundo menores de trece años, también llega hasta aquí.

Casi me tienta a publicar una foto de mi hijo mayor. Pero desistí cuando me di cuenta de que ya tiene 13 años.

jueves, 8 de febrero de 2007

Anuncios inclasificables

El cambio de versión de Blogger debe haber tenido algunos resultados que no se esperaba nadie. Uno de ellos es un nuevo blog colectivo originado en la furia de Alex cuando se encontró arrinconada entre la versión vieja y la versión nueva. A partir de su ira, y no exactamente en este orden, creó Siete Pecados, lo convirtió en comunal y lo dedicó a la exaltación y el panegírico de esas siete conductas humanas que según la teología católica merecen el nombre de siete pecados capitales, lo peor de lo peor, lo que define la parte más baja e indefendible de nuestra naturaleza humana.

Por ahora, los integrantes de la comuna somos Alex, Mikaelina, Indiana y yo. Se aceptan más comuneros, por supuesto. El que desee convertirse en uno de ellos debe mandarle un mail a Alex que cursará la necesaria invitación.

viernes, 2 de febrero de 2007

Sexo, hijos y política

Dicen que si sólo las mujeres hubieran votado en las elecciones presidenciales del año 2000 en los EE.UU., el presidente hubiera sido Al Gore y no Bush. En cambio, si a las mujeres les hubieran prohibido votar en los sendos referendos que hubo en Dinamarca y Suecia para adherir a la Unión Monetaria, las coronas hoy serían parte de la misma historia de la que forman parte la peseta, la drachma y el marco alemán. Si uno tiene en consideración que entrar a la UME era más aceptado por la derecha que por la izquierda, tenemos aquí dos ejemplos de que las mujeres tienden a votar más hacia la izquierda que los hombres, un fenómeno creciente en los países "modernos" en los últimos 30 años.

Una justificación de este fenómeno la dan dos señoras en este artículo en el que nos dicen que el hecho está bastante asociado a la legalización y consiguiente aumento del divorcio en las sociedades modernas. Las razones subyacentes detrás de la explicación no le van a gustar a nadie, por lo menos a mí no me gustaron nada, pero ahí van.

Así como están dadas las cosas, la maternidad sigue siendo una cuestión de mujeres y los hijos son más propiedad de la madre que del padre –los hijos de una madre soltera son, ante la ley, suyos y nada más que suyos. Una mujer transfiere parte de esos derechos de propiedad al padre por medio del casamiento. Pero esa transferencia de derechos no es gratis, no. Como las mujeres tienen cierta tendencia a elegir maridos más ricos que ellas, con el casamiento el marido transfiere parte de sus ingresos a su mujer. El marido se garantiza así no sólo sexo gratis, sino también derechos de paternidad sobre la progenie de la mujer (y esperemos que propia, también, lo que no siempre suele ser el caso, como se vio acá).

En sociedades donde las mujeres ganan menos que los hombres (todas, bah!), casarse hace más pobres a los hombres y más ricas a las mujeres, mientras que divorciarse lleva a todo lo contrario. Si además tenemos en cuenta que los pobres están más interesados que los ricos en que se distribuya el ingreso, aspecto que suelen tener en sus plataformas los partidos de izquierda, podemos concluir que las mujeres pobres antes de casarse y las empobrecidas después de su divorcio votarán por esos partidos. Además, la existencia de un Estado de Bienestar asegura a las mujeres la posibilidad de subsistencia para ellas y sus hijos sin tener que depender de ningún marido, por lo que cualquier mujer que suscriba a las ideas de independencia económica femenina tendería a votar hacia la izquierda.

En fin, si la teoría es cierta, la suertuda de la foto debe haber votado a Bush.