miércoles, 24 de mayo de 2006

En vías de extinción

Hacia principios del siglo pasado, sólo tenía hijos alrededor del setenta por ciento de una generación de mujeres. Las condiciones de vida para la mayoría de la población en ese entonces eran bastante duras, la gente era bastante más pobre que ahora, también en Europa, y la estructura de las familias era bastante distinta. Más hijos, pero también una probabilidad más alta de que se murieran en las guerras o de alguna enfermedad rara, o emigraran y se ahogaran en el mar o desaparecieran en América del Sur o África.

Yo me imagino que lo de tener una familia con hijos estaba reservado a las mujeres que habían conseguido criarse de forma más o menos normal y que aquéllas a la que la vida no había tratado del todo bien, como las huérfanas, las más pobres, las abandonadas o las feítas, no formaban nunca una familia y terminaban quizás trabajando con otras familias como cocineras, nodrizas, amas de llave, institutrices, niñeras o enfermeras. Había menos mujeres que tenían hijos pero las que los tenían, tenían unos cuantos. Con los años, todo se democratizó un poco.

Paralelamente a la caída en la tasa de fertilidad se dio un proceso que pocos conocemos y que llevó a que las mujeres tuvieran menos hijos, pero también a que hubiera más mujeres en una generación que los tenían. Una especie de reparto más equitativo del poder reproductivo, lo llamaría yo, a la que siempre le gustan estas cosas, sobre todo cuando nos toca a las mujeres.

Por ejemplo, se puede decir que este proceso de democratización reproductiva llegó a su esplendor en Dinamarca a principios de los '90, cuando de todas las mujeres de 47 años, edad en la que ya se puede asumir que una mujer adhiere a otras actividades que la de tener hijos, sólo el ocho por ciento no los había tenido nunca. A partir de ahí se empieza a revertir el proceso y en el año 2004, último año para el que se tienen estadísticas completas, aproximadamente el 13 por ciento de las mujeres danesas de 47 años no había tenido hijos jamás, pese a que la tasa de fertilidad, el número promedio de hijos por mujer, se mantuvo estable o mostrando un leve aumento en los últimos quince años, lo que indica que esto que a mí me gusta llamar el poder reproductivo se está concentrando nuevamente.

¿Quiénes son las mujeres que terminan huérfanas de hijos? Desgraciadamente, las más inteligentes y educadas. Todo el mundo sabe que desde que se inventó la píldora, las mujeres tienen bastante libertad sobre cuándo, cómo, cuántos y con quién tener hijos lo que les da mucho más poder de decisión que el que tenían cien años atrás, aunque yo soy de la opinión que, a veces, los chicos vienen cuando quieren ellos y no hay que hacerlos esperar demasiado porque al final se aburren y no vienen más. Pero bueno, esa libertad hace que sólo tengan hijos las mujeres que quieren o las que les gustan los chicos o las que nunca se imaginarían una vida sin ellos. Las que se concentran en sus estudios, en su profesión, en terminar su PhD. o conseguir un puesto de Directora General van posponiendo la decisión de tener hijos hasta que llega un día en el que deciden por sí mismas que ya es demasiado tarde o, más frecuentemente, se encuentran con la sorpresa de que la Naturaleza ya decidió por ellas y ya no pueden más. Por eso pasa lo que está pasando en muchos países europeos y por eso el envejecimiento de la población.

García Márquez dijo una vez que el ser humano se hubiera extinguido si no fuera por el interés en reproducirse de las mujeres, ya que mientras ellos se concentran en escribir Cien Años de Soledad o cosas parecidas, ellas se dedican a procrear. En realidad, lo que pasa es un poco diferente, pero esencialmente tenía razón. Quizás este desinterés de las mujeres en reproducirse esté indicando el inicio de la decadencia del ser humano como especie y, aunque paradójicamente esté sucediendo en un mundo superpoblado, sea uno de los primeros signos de la extinción del ser humano sobre la faz de la tierra.

martes, 16 de mayo de 2006

La mejor de todas

Me había aburrido de pasar a mirar, así que llegué como cuatro o cinco días más tarde. Después de hacerse esperar medio año, volvió La Romu. Léansela toda.

viernes, 5 de mayo de 2006

Introducción

Mis hijos son casi los únicos en su escuela que no tienen ni nunca tendrán una PlayStation. Al principio la pidieron un poco y recibieron un no igual de rotundo que el final de la frase anterior. Al principio, también, yo me sentía un poco culpable por hacer de mis hijos unos pobres nenitos marginados, pero eso se terminó el día en que me dijeron contentísimos que, aunque ellos eran los únicos sin el dichoso aparato, les parecía bien que hubiéramos tomado esa decisión. – ¿Por qué están tan contentos? – les pregunté y me pregunté.

La respuesta resultó ser que se habían dado cuenta que ir de visita a la casa de un chico con PlayStation era de lo más aburrido. Lo aburrido tenía dos causas bastante relacionadas entre sí: por un lado, resulta ser que en esas visitas la actividad principal, si no la única, suele ser jugar con la máquina nefasta, en lugar de salir a correr, andar en bicicleta, patines o skateboards con los amigos, actividades algo más dinámicas, pero también mucho más gratificantes. Por otro lado, la actividad playstationil suele ser tan absorbente que al crío que le toca no le queda casi tiempo para hacer otras cosas, con la consecuencia, funesta para su socialización futura, que su único tema de conversación termina siendo la PlayStation o los juegos que se juegan con ella.

Igual tengo que reconocer que no soy ninguna fundamentalista al respecto, que mis hijos no están completamente privados del universo electrónico y que eso conlleva un cierto riesgo para el frágil equilibrio mental de su madre, lo que será el tema de otro post, porque ahora tomo el tren para París.