Mi amiga, la traductrice, me cuenta que existe un aparatito maravilloso llamado dictáfono, al que ella le habla mientras traduce un texto, y el aparatito va escribiendo. Me da una envidia bárbara el tal dictáfono y entonces pienso que un invento así es lo que yo necesito, aunque mejorado. No uno que escriba lo que digo, sino uno que vaya escribiendo lo que pienso. Mejor todavía, uno que sea resistente al agua y que pueda ir registrando todas las ideas fantásticas y las oraciones perfectas que se me ocurren mientras me baño, y que se me olvidan para siempre mientras me visto, me encremo y me perfumo en el camino de la ducha hasta el teclado de la compu.