domingo, 9 de octubre de 2005

España 2 - Bélgica 0


Ayer llevé a mi hijito más grande a ver su primer partido de fútbol. Que esa responsabilidad haya caído en la madre se debe nada más ni nada menos que al hecho incontestable de que el padre cuenta, entre sus innumerables virtudes, con la de que no le gusta el fútbol. No es que no le guste del todo, no. Si de repente el tipo cae en un partidazo de ésos en los que todo el mundo corre, juega y mete goles, lo disfruta como cualquiera. Pero él no va a cambiar ninguno de sus otros planes, ni planificar ningún fin de semana en función de ningún partido de fútbol, faltaba más. Con decir que para ver la final Dinamarca-Alemania en el verano del '92 lo tuve que sobornar...

Bueno, la historia es que ayer jugaba España en BRU un partido decisivo para clasificarse para el Mundial del año que viene y algunos de los españoles de mi trabajo se habían organizado para ir al Roi Baudoin a verlo juntos. A uno le sobraban dos entradas y yo, ni lerda ni perezosa, se las encargué al toque. Teníamos nada más que dos, así que mi hijo más chiquito se quedó sin fútbol. Eso me hacía sentir aliviada por un lado, porque me daba un poco de miedo llevarlo a un estadio de fútbol, pero un poco culpable por otro, porque la madre y el hermano se lo iban a pasar en grande.

Bueno, para ir tomamos el subte, en el que había una onda impresionante (un ambientazo, como dicen mis amigos españoles). Los belgas y los españoles todos embanderados y pintaditos, cantando juntos de todo corazón. Ahí me di cuenta que tanto no desentonaban entre ellos, porque todo era rojo y amarillo, con un poco de negro, además. Llegando al estadio, para seguir con la nota típica, nos compramos unos churros con salsa de chocolate belga. Al final tuvimos que correr un poco porque nos equivocamos de entrada y nos sentamos justo antes de que empezara el partido. Mi nene, con sus once años, su metro sesenta y ocho y su look de pre-adolescente, se lo estaba pasando de primera (de puta madre, como dirían mis amigos españoles).

En fin, que como íbamos decididos a darle todo el apoyo moral a los españoles que necesitaran, nos pusimos a cantar como los mejores todos los Españas y olés que hicieran falta y Martín aprovechó para decir a los gritos todos los hijos de puta que se gritaron durante la velada con la sonrisa más divertida que le vi en mucho tiempo. Era toda una contradicción y un goce oirlo gritar unos de los insultos más fuertes que existen en castellano con una enorme sonrisa de nene atorrante.

Después de sufrir un buen rato y de aburrirnos otro, el partido se puso entretenido y nuestros cantos terminaron teniendo efecto. Para mejorar las cosas, los dos goles se hicieron del lado en el que estábamos nosotros, por lo que los pudimos ver bastante bien. La noche terminó siendo un éxito y nos volvimos a casa bien contentos, todo lo contento que vuelve uno cuando el equipo por el que hincha gana. La única desventaja que tiene esto de ir a la cancha es que no te repiten los goles y de repente te das cuenta de lo irrepetible de la vida.

Para completar la buena noche, Dinamarca le ganó a Grecia y quizás no se quede afuera. Ahora, lo que no tiene que pasar es que Argentina, España y Dinamarca empiecen en el mismo grupo, porque sino se nos desdoblará (se nos trisdoblará) el corazón demasiado pronto.

El más chiquito llevó a su papá a ver Bombón, el perro, de Sorín, aunque él ya la había visto antes conmigo. El papá, encantado.

2 comentarios:

Ale dijo...

que divertido! ademas da gusto ir a la cancha de esa forma...todos en paz, etc.
Ojala aca fuese asi, supongo que iria mas a la cancha, con lo emocionante que me parece.

Ana C. dijo...

Sí, eso fue lo mejor! Poder ir a la cancha sin miedo y sin correr el riesgo de que te aplasten a la salida. Hasta lo podría haber llevado al chiquito.