Comprando sensaciones
A veces en esta familia se tienen ciertas desavenencias. Yo soy una consumidora moderada pero muy curiosa, mientras que mi marido es, decididamente, del estilo puritano. En general, en la situación concreta de ponerse a gastar plata estamos los dos más o menos de acuerdo, pero cuando discutimos sobre el devenir del mundo, hay que reconocer que no tanto.
Mi marido está del todo convencido que la insistencia de las sociedades desarrolladas en impulsar el consumo desenfrenado va a llevar a todo el mundo a la perdición irremediable. La necesidad del crecimiento económico a él le parece un desafuero, un escándalo, una inmoralidad, el camino hacia el infierno. Yo en parte le doy la razón, sobre todo cuando veo un cementerio de autos al costado de una ruta, cantidades de basura arruinando los paisajes, el olor a caucho y combustible en los estacionamientos repletos de los aeropuertos, la forma en que se crían los salmones de criadero, las playas llenas de algas, bolsas de plástico y miles de puchos apagados. Viviendo en uno de los países supuestamente privilegiados del planeta, produce vértigo imaginarse el mismo nivel de consumo para el resto del mundo.
Por otro lado, es difícil saber qué pasaría si de repente, de un día para el otro, la gente decidiera en masa convertirse en seres ahorrativos. Un mundo en decadencia y semiapagadito es lo que me imagino yo. Montones de desempleados deambulando por las ciudades sin demasiado que hacer, sin demasiadas esperanzas de cambiar de vida, negocios vacíos de cosas y de gente, mientras los empleados no saben cómo entretenerse para matar el tiempo. Al fin y al cabo, el hecho de que seamos insaciables es uno de los motores de la Civilización Humana.
Pero, ¿seremos realmente insaciables? Muchas veces me encuentro dando vueltas por los negocios buscando comprar algo que pensaba que necesitaba y de repente decidir que nada me interesa, que me siento bien como estoy y que comprar algo más sólo sería agregar un objeto innecesario más al montón de cosas que juntamos en todos los años que llevamos juntos. Tengo también en casa una buena parte de mi colección de libros sin leer. Algunos discos comprados que ni siquiera escuché una vez enteros. En cuanto a aparatos de distinta laya, en casa se trata de limitarlos. Ahí, la que pone límites al número de televisores, computadoras, autos y ese tipo de inventos soy yo: uno de cada uno, en lo posible.
Pero no soy yo la única que lo siente así, parece. Parece ser que en el mundo hiperdesarrollado, en los países más ricos de la tierra, se observa también una cierta saturación de bienes materiales. Como si la gente, aún los que se imponen restricciones más suaves que las mías, ya hubiera comprado todos los autos, los televisores de pantalla plana, los reproductores de música, los muebles de diseño y los diamantes que le hacen falta. Como si hubiera límites para el deseo de cosas materiales. Y eso lo notan también los fabricantes de objetos.
Entonces hay que ponerse rapidito a inventar algo que siga provocándonos el deseo y las ganas de consumir para convertirnos de nuevo en insaciables, lo que no es algo nuevo del todo, no. Pero en las economías más ricas tiene cada vez más importancia un fenómeno que estos dos señores han dado por llamar la Economía de las Experiencias, aunque a mí me gusta más traducirlo como Economía de las Sensaciones. Ya no se trata tanto de comprar cosas sino experiencias, sensaciones, recuerdos y vivencias. Por eso la gente viaja como nunca antes y consume cultura en las formas más variadas, sale muchísimo de noche y de paseo. De lo que ahora se trata no es más de consumir productos, bienes industriales, sino servicios.
Pero no sólo de servicios vive el hombre (ni tampoco la mujer, por supuesto) sino también del valor agregado en los productos que sirve para estimular nuestra imaginación o para hacernos creer que somos más inteligentes, más atractivos, más cool, mejores personas. Por eso uno se compra un iPod en lugar de cualquier otro reproductor de música, se compra un Porsche en lugar de un Volvo, o viceversa, según quiera creerse cool o inteligente, compra textiles hechos con algodón ecológico turco y no fabricados en la China o decora su casa con muchísimo cuidado y muchísimo estilo aunque después no ande mucho por ahí.
Bueno, y ahí fui yo muy contenta a contarle a mi marido que se había solucionado el tema, que la gente podía seguir consumiendo sin pausa y alegremente porque el consumo ya no era de bienes materiales sino de sueños, esperanzas, expectativas, sensaciones y otras cosas intangibles, que no hacía falta seguir llenando depósitos de basura con cosas tóxicas y viejas ni contaminar océanos con residuos químicos o petróleo, pero tampoco lo convencí del todo. El señor sigue prefiriendo cenar en casa a probar las delicias de algún restaurant sobrevaluado de los que me gustan a mí y mejor todavía si hacemos un picnic en el bosque. Seguirá prefiriendo recorrer el mundo por su cuenta y riesgo a pegarse una semanita de vacaciones en algún spa de lujo en Hungría. Y preferirá mil veces irse con sus hijos a andar todo un domingo en bicicleta o a andar en patines que llevarlos al cine a ver esta película.
Por último, tengo que aclarar que mi marido no es tan puritano en aspectos más relevantes de la vida, lo que lo hace muchísimo más tolerable, por cierto.
18 comentarios:
Estoy muy cerca de tu marido.
En un excelente artículo de Página 12 que, cuando aprenda linkearé, se habla del concepto de FALTA como motor de nuestra sociedad capitalista que lleva entre otras cosas a la depresión y la ansiedad ( el artículo es sobre psicoanálisis y terapia).
Lo que resulta interesante para mi es que tanto el artículo como tu post son una visión sesgada de lo universal.
La civilización Humana no existe solo desde la filosofía del consumo y me parece que igualarlo con necesidad de progreso o superación no refleja a toda la Humanidad. Me atrevo a decir, sin tener numeros a mano que la sumatoria de habitantes de Europa, USA y las zonas de America del sur, Asia y Africa que acceden al "consumo" es menor que los terráqueos que no .
Lamento no saber patinar,pero si me invita llevo el mate.
"Yo necesito poco, y de ese poco, necesito muy poco", Francisco de Asís dixit, y lo dixit con
Amor
Coincido con tu marido. Aunque debo admitir que cuando salió el iPod estaba desesperada por tener uno. Sin embargo, puedo asegurar y hasta apostar, que en ese ínfimo aparatito llevo un enorme mundo de sensaciones (casi, casi como el de Sandro)
^^
Que yo conozca,.. tienes a Bauman el filosofo que habla de "la vida liquida" realmente es un buen analisis sobre la sociedad de consumo de hoy.
Pero los que le dan una buena respuetas son los budistas.
Ellos hablan de del apego de las cosas materiales qeu esta fundamentado en el egoismo.
Pero en si lo que plantean es estar feliz por estar viviendo hoy. Por despertarte esta mañana y estar feliz de tu vida y de poder respirar y disfrutar de las cosas qeu uno tiene.
Y si uno tiene cosas materiales qeu le alegran la vida, bien y sino bien igual.
Darse cuenta que lo unico que importa es el amor por las personas.
Yo antes era bastante obsesivo con las cosas pero luego me di cuenta uqe no tienen valor, son todas relativas
Canilla, seguro que mi marido se prende a esos mates, mientras despotrican juntos en contra de la sociedad capitalista y el desenfrenado crecimiento.
Así nos gustaría vivir, Don Amor.
Cuni, es lindo el iPod ¿no? Una genialidad. Por lo menos evita el amontonamiento de CDs polvorientos.
Gabriel, yo creo que atravesar por un período de pobreza es una de las mejores cosas que le pueden pasar a una persona para su desarrollo como ser humano. Y sí, el amor de las personas uno siempre lo lleva con uno. Las cosas, a veces, terminan siendo un estorbo.
leía esto y me acordé de uno de los primeros post que escribí y que se llama último modelo.
Te dejo el final porque no se me ocurre otra cosa para decir:"El tema es si estamos dispuestos a prescindir de lo superfluo. En definitiva, al final del día, lo único que importa es si lo que hiciste con tu tiempo te hizo bien, tal vez feliz y para eso no es necesario el último modelo"
Qué le voy a decir, escapar de esa Europa consumista que cada vez se parece más a USA fue para mi la mejor decisión de mi vida... pero claro, a cada cual lo suyo. Reconozco que no soy muy consumista, pero sobretodo porque detesto ir de compras. Y ni habalar de ir a ver vidrieras, yo si entro en un comercio es porque quiero comprar algo en particular. Sostengo que yo nací con el chip de las compras fallado.
¡Que va a ser!
Yo diría que no hay que preocuparse mucho por consumir, o no consumir, o qué consumir; sobre todo si se pone a pensar que hay bastante de capricho en el deseo humano. Quiero decir, no solo no saciable, sino además impredecible.
Al respecto siempre se me hace presente esa película, Citizen Kane, y su Rosebud misterioso (por no decir insignificante) para todos los demás.
detener el consumismo - pudiendo ser consumista, claro! - es para minorías cultas. Gente que rechaza la ostentación aparatosa por la discreta calidad, o un conjunto de valores que no tiene que ver con tener la casa mas grande que el vecino. Pero es raro, yo creía que los europeos estaban mas preparados que los yankees para eso pero leyendola a Ud...
Cierto, tu post trata exactamente de lo mismo, Alex, pero desde un punto de vista casi más extremo, lo que no implica que sea menos cierto, por supuesto. Por supuesto que, al igual que vos, pienso que si lo que más nos hace felices es el último modelo es porque se nos perdió algo en el camino.
Fodor Lobson, no se sienta culpable. Eso no es un fallo. A ningún hombre sano que yo conozca le gusta salir a mirar vidrieras. O "ir de tiendas", como dicen por tu tierra. Una de las frases que a mí me resultan inolvidables fue una vez a la salida de un examen. Había un grupo de chicas españolas planificando el desahogo post-examen. Una de ellas le dijo a otra: "¿Vamos de tiendas? Tengo un mono de ir de tiendas que me muero". Me mató lo del mono con las tiendas, lo confieso.
N. de la R.: En España se llama "mono" al síndrome de abstinencia. ¿Cómo se le dice a eso en Argentina?
Supongo, Carlos, que no hay que preocuparse, el deseo viene solo o no viene, como siempre. Tendré que volver a ver esa película. En este momento no consigo asociar una cosa con la otra.
Para minorías cultas y ricas, Ulschmidt. Por supuesto que esto no se aplica a los millones de personas con necesidades básicas y no tan básicas insatisfechas. Me llama la atención que dé la impresión que los europeos son igual de consumistas que los yanquis. No lo creo así, en verdad. Dos cosas lo demuestran: El stock de bienes durables per capita es muchísimo más alto en los EE.UU. que en Europa. La otra, es que los europeos trabajan muchísimo menos que los norteamericanos y le dan mucha más prioridad a su tiempo libre. De ahí lo de las experiencias. Quizás en un lado se sigan consumiendo objetos y en el otro se prefieran las sensaciones ¿no le parece?
pero es como vos decís nada nunca nos conforma y queremos llenar con cosas un vacío mucho mas profundo, como cualquier adicción, el pucho, el morfi, las drogas, debe pasar por ahí también.
consumir es como abrazarse al deseo.
Anita, todos los días descubro un blog que se había borrado de mi Bloglines. Hoy te vi comentando y me di cuenta de que hace mucho que no veía un post nuevo por aquí. Efectivamente, tu blog me había desaparecido. Yo no sé si a todos les pasó lo mismo cuando Blogger obligó a cambiar la versión, pero no me enteraba de ningua actualización.
En cuanto al post, creo que no descubro nada si digo que lo mejor es un equilibrio.
Sin consumo, no hay desarrollo. Con consumo desenfrenado, no hay moral.
En los dos casos, hay una porción demasiado importante de la población que se ve perjudicada.
Ojo, no digo que el que consuma desenfrenadamente sea el que no tiene moral, sino que termina formando parte de la maquinaria que lleva a la falta de escrúpulos.
Mientras que si nadie compra nada, se da la situación que planteás en el post.
sabés en qué están trabajando para que no dejemos de consumir? qué aprte de nuestro cerebro es la que reacciona cuando decidimos comprar algo, para hacer que reaccione esa parte. La neuroeconomía es la que está metida en eso.
Pa! me encantó el post y sus comentarios. Me identifico totalmente con lo de poco consumista pero curiosa. Soy hija de un viejo izquierdista antiimperialista anticonsumista de la vieja guardia, que me dejó una marca a fuego sobre el tema. Pero además lo compruebo día a día, después de superada una línea que permita un mínimo de confort y estabilidad, más dinero no hace más felicidad. En cuanto a la diferencia entre europeos y americanos, me parece que el viejo mundo es más sabio, al menos consumir experiencias parece contribuir algo más al crecimiento personal que consumir bienes.
Anita, me pone contento el haber vuelto por aquí. Maldito Bloglines.
Sigo enroscada. Otra forma de consumismo son los infinitos post-grados, diplomas superiores, etc.
Lo del mono aca en uruguay se dice fisura, andar fisurado por alcohol, drogas, o tiendas.
Y también están los (generalmente las) shopaholics, Alex, adictos a las compras. Gente que pierde totalmente los papeles cuando sale de compras y vuelve a casa llena de cosas que jamás usará y dejará arrumbadas en un rincón, poniendo en peligro la economía de toda la familia. Aunque nunca me crucé con uno, para decir la verdad.
Gonzalo, ¿consumir qué? A mí me suena más como a una falta de deseo.
Gaby, supongo que en la parte del mundo con necesidades más o menos saturadas y estancamiento demográfico, hay que inventar continuamente algo para que la gente siga consumiendo.
Yo también, Ana, creo que una vez que uno alcanza ese límite ya se empieza a dar por satisfecho. Pero de todas formas siempre nos queda la curiosidad ¿no?. Con respecto a lo de los diplomas, yo no sé si eso es consumismo. La sociedad moderna exige cada vez más conocimientos y la competencia es cada vez más fuerte. Quizás los consumistas sean los empleadores, que muchas veces no te emplean si no tenés un determinado diploma o un determinado posgrado.
Patrizio, qué suerte que descubriste lo del Bloglines! La verdad es que se te extrañaba bastante por acá, aunque lo atribuí a tu estado de enamoramiento perdido, así que también estoy muy contenta. Yo por el tuyo sigo pasando, aunque no tan frecuentemente como antes, más por una cuestión de tiempo que por otra cosa.
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