A mi marido le da un poco de lástima su mujer encerrada todo el día trabajando y me llama para llevarme a pasear un poco al mediodía. Nos compramos un sandwich y un jugo para cada uno y nos vamos a comerlo al Parc du Cinquantenaire. Después nos damos una vueltita por ahí, entramos al museo militar, nos subimos a lo alto del Arco del Triunfo desde el que se ve toda Bruselas y disfrutamos del solcito del invierno. Se nos debe ver tan contentos que una chica viene y nos pregunta si nos puede sacar una foto.
A la salida me dice: "Vení que te muestro algo". El conoce mejor que yo el parque porque va casi todos los días a correr y además tiene sus referencias históricas un poco más claras que las mías. Y me lleva a ver un monumento que se llama "Los pioneros belgas en el Congo". Una joyita, el monumento.
En el medio, un congolés joven con un cocodrilo, atrás, unos bajorrelieves que representan al rey Léopold II rodeado de soldados, negros semidesnudos, exploradores y misioneros y toda la parafernalia. Pero lo mejor, lo mejor de todo es la estatua al "heroismo militar belga que aniquila al árabe esclavista". Y mi marido se pregunta: "¿a ver cómo está hoy?", se ríe y me dice: "Sí, mirá, mirá" y me muestra el agujero que se ve en la foto.
La estatua del soldado heroico es la causa de una pelea sorda entre los árabes que viven en Bruselas y los que se encargan de mantener el parque. A unos no les gusta ser retratados como esclavistas, a los otros no les gustan las estatuas rotas ¡y menos las que honran al glorioso pasado! Así que la palabra "árabe" aparece y desaparece –tanto en francés como en flamenco– al ritmo de los chicos árabes rompeestatuas y la premura de la comuna de Bruselas en arreglarla.
Mientras salimos del parque, voy pensando en las vueltas que da la historia. A un costado se ve la mezquita de Bruselas. Atrás queda la frase del rey belga inscripta en el monumento: "J’ai entrepris l’œuvre du Congo dans l’intérêt de la civilisation et pour le bien du peuple belge". Quién sabe.