lunes, 25 de febrero de 2008

Irreemplazables

–Usted es como mi marido; mejor no se consigue.

Eso era lo que yo a veces le decía, medio en chiste, medio en serio, a la señora que trabajaba en mi casa. Se lo decía casi siempre para mejorarle el ánimo cuando andaba un poco depre. Y casi siempre con buenos resultados. Al principio se quedaba un poco sorprendida, pero cuando se acostumbró se la veía esponjarse de felicidad. Aunque un poco cínico, sabía que era todo un reconocimiento, sobre todo por la comparación –también hay que aceptar que tenía cierta debilidad por mi marido.

Por suerte para ella, pero no para nosotros, nos dejó hace un par de meses. Pese a todos los intentos – y ya vamos por la segunda, camino a la tercera– no conseguimos reemplazarla. Los ataques de malhumor que nos dan cuando llegamos a casa y la encontramos sucia y desordenada nos sorprendieron a los cuatro, pero hablando con otra gente descubrimos que no somos nada raros.

Ay, espero que al marido no se le ocurra hacer lo mismo...

martes, 19 de febrero de 2008

Clash of civilisations

A mi marido le da un poco de lástima su mujer encerrada todo el día trabajando y me llama para llevarme a pasear un poco al mediodía. Nos compramos un sandwich y un jugo para cada uno y nos vamos a comerlo al Parc du Cinquantenaire. Después nos damos una vueltita por ahí, entramos al museo militar, nos subimos a lo alto del Arco del Triunfo desde el que se ve toda Bruselas y disfrutamos del solcito del invierno. Se nos debe ver tan contentos que una chica viene y nos pregunta si nos puede sacar una foto.

A la salida me dice: "Vení que te muestro algo". El conoce mejor que yo el parque porque va casi todos los días a correr y además tiene sus referencias históricas un poco más claras que las mías. Y me lleva a ver un monumento que se llama "Los pioneros belgas en el Congo". Una joyita, el monumento.

En el medio, un congolés joven con un cocodrilo, atrás, unos bajorrelieves que representan al rey Léopold II rodeado de soldados, negros semidesnudos, exploradores y misioneros y toda la parafernalia. Pero lo mejor, lo mejor de todo es la estatua al "heroismo militar belga que aniquila al árabe esclavista". Y mi marido se pregunta: "¿a ver cómo está hoy?", se ríe y me dice: "Sí, mirá, mirá" y me muestra el agujero que se ve en la foto.

La estatua del soldado heroico es la causa de una pelea sorda entre los árabes que viven en Bruselas y los que se encargan de mantener el parque. A unos no les gusta ser retratados como esclavistas, a los otros no les gustan las estatuas rotas ¡y menos las que honran al glorioso pasado! Así que la palabra "árabe" aparece y desaparece –tanto en francés como en flamenco– al ritmo de los chicos árabes rompeestatuas y la premura de la comuna de Bruselas en arreglarla.

Mientras salimos del parque, voy pensando en las vueltas que da la historia. A un costado se ve la mezquita de Bruselas. Atrás queda la frase del rey belga inscripta en el monumento: "J’ai entrepris l’œuvre du Congo dans l’intérêt de la civilisation et pour le bien du peuple belge". Quién sabe.

domingo, 17 de febrero de 2008

Tranquilizador

Hoy amaneció resplandeciente. Menos mal.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Línea B

Una chica preciosa, pero demasiado maquillada, toda despeinada y con el pelo muy sucio, se arregla sin parar el flequillo, extrañamente limpio y peinadito, para que le caiga de forma sexie sobre un solo ojo, intentando no perder de vista su reflejo en la ventanilla.

Un chico negro, enorme, al que no le falta ni un solo detalle para componer un personaje de película de negros y que sería la envidia de dos que yo conozco, escucha música (suponemos que rap) mientras mira con una mezcla de insolencia y desparpajo al resto de los pasajeros.

Un señor cincuentón mal vestido y con los ojos un poco chuecos nos hace pensar que la vida le debe haber pasado por encima a la misma velocidad a la que va el subte como dos, tres o cinco veces.

Una chica lindísima de perfil pero no tanto de frente mira pasar las estaciones con una cara tan triste que nos hace creer que cualquier tristeza que hayamos sentido o vayamos a sentir alguna vez sólo podría ser incomparablemente más pequeña.

Un montón de post-adolescentes muy ruidosos que consiguen hacerme preocupar por mi cartera pese a que suelo ser bastante relajada al respecto.

Una pareja enfrentada que aunque no deja de acariciarse se mira con una frialdad que yo reservaría para mis enemigos más detestados, si los tuviera.

Una señora sesentona que consigue combinar de una forma deliciosa el olor a tabaco del último cigarrillo que se fumó con el perfume que siempre me hace pensar que se diseñó especialmente para mujeres de esa edad y nada más que para ellas.

Tres chicas latinoamericanas que se cuentan la vida a los gritos y a las risas mientras me olvido de escuchar lo que dicen porque me distraigo tratando de adivinarles el acento.

Y una señora medio muerta de frío que buscando inspiración para ver qué le regala al cumpleañero de gustos frugales y necesidades más que satisfechas que le tocó por marido, se dedica a mirar a sus compañeros de viaje y a imaginarles el pasado, o el futuro.