domingo, 25 de marzo de 2007

La cincuentona

En la ciudad de Florencia hay un archivo donde se guardan todos los documentos oficiales de la Unión Europea. Entre ellos hay un documento que se firmó hace hoy 50 años en otra ciudad italiana. Ese documento se conoce como el Tratado de Roma y es el tratado fundacional de lo que hoy por hoy es la Unión Europea y terminará siendo vaya a saber qué, pero que en ese momento sólo era la Comunidad Económica Europea, una asociación de países con intenciones de cooperar económicamente y de eliminar barreras al libre comercio entre ellos.

El germen de lo que hoy es la Unión, y mucho más todavía, estaba, sin embargo, muy presente en las mentes de una serie de visionarios a los que se llama "Los Padres Fundadores", un nombre casi mitológico, que se imaginaban una Europa unida donde pudieran dejarse atrás para siempre sucesos terribles como las dos guerras. A partir de hoy se inicia en toda Europa una serie de festejos que va a seguir durante todo un año para darle la merecida importancia a un hecho que quizás haya significado el comienzo de una larga era de paz, bienestar, justicia y solidaridad entre un conjunto de países que llevaban siglos destruyéndose entre ellos.

En esos 50 años los cambios en Europa fueron impresionantes. El proyecto es, en realidad, único en la historia de la humanidad y es más impresionante aún cuando uno considera las divergencias entre todos los participantes. Las barreras aduaneras se eliminaron por completo en 1968, sólo 10 años después del comienzo y bastante antes de lo planeado, tantas eran las ganas de colaborar de los seis miembros iniciales.

A partir de ahí una serie de transformaciones –la unificación del mercado interior, la libre movilidad de las personas, la casi desaparición de las fronteras interiores, la moneda común, las sucesivas ampliaciones hasta llegar a los actuales 27, la política exterior y de seguridad y justicia más o menos coordinadas, la coordinación limitada de la política fiscal y, sobre todo en el último tiempo, la liberalización del mercado de servicios y la cooperación en temas de energía y medio ambiente– terminaron de darle forma a este proyecto único que seguirá, sin duda, renovándose en los próximos años.

El cumpleaños se ensombrece un poco porque el proyecto parece estar pasando por una crisis –al fin de cuentas son cincuenta años– y pese a la impresionante seguidilla de logros y buenas noticias no termina de convencer a la mitad de los que más importan, sus ciudadanos. Encima de todo hace un par de años el objetivo político más importante desde el Tratado de Roma, dotar a la Unión de un Tratado Constitucional, fue rechazado nada menos que por los franceses y por los holandeses, dos de los Seis Fundadores.

Si bien la ratificación de los tratados se hace cada vez más complicada, uno hubiera esperado que el rechazo viniera de miembros más reacios y más recalcitrantes, como el Reino Unido o Dinamarca, donde los políticos estaban especulando con elegir las fechas de los plebiscitos bien al final del proceso de ratificación para no poner piedras en el molino de nadie. Y sin embargo, el “no” vino desde el lugar menos esperado. O no. El no de los franceses no fue del todo un no a Europa, sino más bien un no al futuro, un no a los cambios y una reacción un poco sin sentido ante el vértigo que les provoca un mundo donde la antigua posición de líder de Europa está bastante en discusión.

Y acá estoy yo, viviendo en Bruselas. Dicen que el aleteo de una mariposa en alguna parte del planeta llega a tener efectos enormes en algún otro lugar completamente inesperado. En este caso es al revés. Sin Unión Europea y sin Bruselas como su capital, yo jamás hubiera terminado viviendo aquí, no hablaría francés, no leería La Libre Belgique, mis hijos no estarían a punto de empezar a aprender su quinto idioma y este blog no se llamaría Entre BRU y BUE, sino que tendría cualquier otro nombre, quizás un poco más imaginativo. O no.

miércoles, 21 de marzo de 2007

Nubes

La llaman "The bluest kind of blues" y en iTunes tienen más de 100 versiones distintas, en todos los ritmos y en todos los estilos imaginables. Todo buen guitarrista que se precie la quiere tocar. Esta versión yo la escuché en vivo el año pasado en uno de mis lugares favoritos. Éste es el compositor y éste el intérprete.

No se aconseja escuchar con el corazón roto.


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lunes, 19 de marzo de 2007

Dulce de leche, reloaded

A la vida de todo argentino emigrado llega, más tarde o más temprano, el momento en que se muere de ganas de comer dulce de leche. En los años que corren hay que reconocer que, gracias a los beneficios de la loada por algunos y vilipendiada por otros globalización, es bastante fácil encontrar dulce de leche en algún negocio perdido especializado en artículos sudamericanos o en algún supermercado que tiene una semana dedicada a los productos exóticos. Pero por la época en la que yo me fui de Argentina mi única oportunidad de comer dulce de leche era cuando mi madre me lo mandaba por correo o cuando me lo traía alguien que estuviera de paso por Dinamarca. Considerando que poca gente conocida alguna vez estuvo de paso por Dinamarca, esta última posibilidad no era más que eso, una posibilidad.

Por suerte para mí, a una de las tres mujeres que me enseñaron a cocinar se le ocurrió publicar el libro de cocina que yo más esperaba desde que me había mudado. Un libro que tuviera recetas de empanadas, guiso de lentejas, zapallitos rellenos, lomo a la pimienta, ñoquis, dulce de membrillo y, por supuesto, dulce de leche.

Por la época en la que empecé este blog, escribí un post sobre el dulce de leche, donde contaba que de vez en cuando lo hago y que me sale bárbaro, pero sin dar la receta. Pensé que ya no era necesario, ya que ahora todo el mundo puede comprarlo por ahí. Dicen que hasta hay unos argentinos que tienen una fábrica en algún lugar de Francia. Acá en Bélgica yo conozco por lo menos dos lugares donde lo venden, aunque nunca lo compré ahí, por ahora. Mi mamá me lo sigue mandando por correo y, en caso de urgencia, siempre está la receta de Blanca Cotta.

Que acá viene, a pedido de una argentina exiliada en Houston que me dejó el encargo en el hermano mellizo de este blog.

La receta original de Blanca Cotta (y link no hay, porque la señora todavía no tiene un blog) dice:

Ingredientes
4 litros de leche, 1 kilo de azúcar, 1 chaucha de vainilla y 1 cucharadita tamaño café de bicarbonato de sodio.

Preparación

  1. Hierva los cuatro litros de leche y cuélela al pasarla a otra cacerola pues la leche, al hervir, casi siempre sedimenta elementos sólidos. Para trasvasarla elija una cacerola muy grande, porque el dulce de leche cuando está por tomar su punto, trepa como un prófugo...
  2. Agregue a la leche el azúcar, la chaucha de vainilla y el bicarbonato. (Según mi mamá el bicarbonato es para que el dulce de leche no se corte y, además, para que tome color oscurito).
  3. Haga hervir a fuego fuerte todo el tiempo. ¿Vio cómo, al principio, el bicarbonato produce una espuma tremenda como si quisiera desbordar? (Por algo le dije que eligiera cacerola grande...)
  4. A medida que hierve, el dulce comenzará a espesar, como sucede cuando prepara almíbar. Revuelva de vez en cuando con cuchara de madera, para que el dulce no se pegue en el fondo de la cacerola.
  5. Cuando el dulce "rezongue" y espese como una salsa blanca liviana, retire la cacerola del fuego, apóyela en un fuentón (o piletón) que contenga agua fría y revuélvalo continuamente con cuchara de madera hasta que se enfríe. Enváselo... ¡y guarde la "raspa" para mí!
NOTA: siguiendo estas instrucciones "su" dulce de leche saldrá perfecto. Pero si a "su" vecina se le llegara a "cortar", dígale de parte mía que lo arregle así pero que me guarde el secreto: que lo ponga de a poco en la licuadora (o procesadora) ¡y lo licue!, (o procese). ¡Bárbaro!

Bueno, lo cierto es que la olla más grande que yo tengo debe tener una capacidad de unos diez litros, lo que excluye por completo la posibilidad de hacer esta receta así como está presentada. La primera vez que lo hice, usé la cuarta parte de todos los ingredientes, menos de la vainilla y me salió perfecto. Lo importante en la receta es lo de colar la leche, sino sale como arenoso. El bicarbonato es esencial, le da el color y, por algún proceso químico que a mí se me escapa por completo, retrasa el acaramelamiento. Es decir, cuanto más bicarbonato, más marrón se pone y más tarda en ponerse espeso. Una vez todos los ingredientes en la segunda olla, hay que tener cuidado con la intensidad del fuego. Al principio tiende a rebalsarse sin control. No hace falta cocinarlo a fuego fuerte todo el tiempo, la idea es ir encontrando el grado justo de calor para que hierva fuerte, pero sin volcarse. Lo de enfriarlo en la pileta de agua fría también es esencial, yo una vez me olvidé y se le hizo una cáscara horrible arriba y quedó líquido abajo. Al enfriarlo revolviendo termina de espesar y queda homogéneo, como debe ser.

Da bastante trabajo, hay que reconocerlo. Yo lo hago para darle el gusto a mis hijos cuando cumplen años y vale todo el esfuerzo. A veces me animo a hacerlo usando la mitad de los ingredientes. Lleva un poquito más de tiempo, pero compensa con creces.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Comprando sensaciones

A veces en esta familia se tienen ciertas desavenencias. Yo soy una consumidora moderada pero muy curiosa, mientras que mi marido es, decididamente, del estilo puritano. En general, en la situación concreta de ponerse a gastar plata estamos los dos más o menos de acuerdo, pero cuando discutimos sobre el devenir del mundo, hay que reconocer que no tanto.

Mi marido está del todo convencido que la insistencia de las sociedades desarrolladas en impulsar el consumo desenfrenado va a llevar a todo el mundo a la perdición irremediable. La necesidad del crecimiento económico a él le parece un desafuero, un escándalo, una inmoralidad, el camino hacia el infierno. Yo en parte le doy la razón, sobre todo cuando veo un cementerio de autos al costado de una ruta, cantidades de basura arruinando los paisajes, el olor a caucho y combustible en los estacionamientos repletos de los aeropuertos, la forma en que se crían los salmones de criadero, las playas llenas de algas, bolsas de plástico y miles de puchos apagados. Viviendo en uno de los países supuestamente privilegiados del planeta, produce vértigo imaginarse el mismo nivel de consumo para el resto del mundo.

Por otro lado, es difícil saber qué pasaría si de repente, de un día para el otro, la gente decidiera en masa convertirse en seres ahorrativos. Un mundo en decadencia y semiapagadito es lo que me imagino yo. Montones de desempleados deambulando por las ciudades sin demasiado que hacer, sin demasiadas esperanzas de cambiar de vida, negocios vacíos de cosas y de gente, mientras los empleados no saben cómo entretenerse para matar el tiempo. Al fin y al cabo, el hecho de que seamos insaciables es uno de los motores de la Civilización Humana.

Pero, ¿seremos realmente insaciables? Muchas veces me encuentro dando vueltas por los negocios buscando comprar algo que pensaba que necesitaba y de repente decidir que nada me interesa, que me siento bien como estoy y que comprar algo más sólo sería agregar un objeto innecesario más al montón de cosas que juntamos en todos los años que llevamos juntos. Tengo también en casa una buena parte de mi colección de libros sin leer. Algunos discos comprados que ni siquiera escuché una vez enteros. En cuanto a aparatos de distinta laya, en casa se trata de limitarlos. Ahí, la que pone límites al número de televisores, computadoras, autos y ese tipo de inventos soy yo: uno de cada uno, en lo posible.

Pero no soy yo la única que lo siente así, parece. Parece ser que en el mundo hiperdesarrollado, en los países más ricos de la tierra, se observa también una cierta saturación de bienes materiales. Como si la gente, aún los que se imponen restricciones más suaves que las mías, ya hubiera comprado todos los autos, los televisores de pantalla plana, los reproductores de música, los muebles de diseño y los diamantes que le hacen falta. Como si hubiera límites para el deseo de cosas materiales. Y eso lo notan también los fabricantes de objetos.

Entonces hay que ponerse rapidito a inventar algo que siga provocándonos el deseo y las ganas de consumir para convertirnos de nuevo en insaciables, lo que no es algo nuevo del todo, no. Pero en las economías más ricas tiene cada vez más importancia un fenómeno que estos dos señores han dado por llamar la Economía de las Experiencias, aunque a mí me gusta más traducirlo como Economía de las Sensaciones. Ya no se trata tanto de comprar cosas sino experiencias, sensaciones, recuerdos y vivencias. Por eso la gente viaja como nunca antes y consume cultura en las formas más variadas, sale muchísimo de noche y de paseo. De lo que ahora se trata no es más de consumir productos, bienes industriales, sino servicios.

Pero no sólo de servicios vive el hombre (ni tampoco la mujer, por supuesto) sino también del valor agregado en los productos que sirve para estimular nuestra imaginación o para hacernos creer que somos más inteligentes, más atractivos, más cool, mejores personas. Por eso uno se compra un iPod en lugar de cualquier otro reproductor de música, se compra un Porsche en lugar de un Volvo, o viceversa, según quiera creerse cool o inteligente, compra textiles hechos con algodón ecológico turco y no fabricados en la China o decora su casa con muchísimo cuidado y muchísimo estilo aunque después no ande mucho por ahí.

Bueno, y ahí fui yo muy contenta a contarle a mi marido que se había solucionado el tema, que la gente podía seguir consumiendo sin pausa y alegremente porque el consumo ya no era de bienes materiales sino de sueños, esperanzas, expectativas, sensaciones y otras cosas intangibles, que no hacía falta seguir llenando depósitos de basura con cosas tóxicas y viejas ni contaminar océanos con residuos químicos o petróleo, pero tampoco lo convencí del todo. El señor sigue prefiriendo cenar en casa a probar las delicias de algún restaurant sobrevaluado de los que me gustan a mí y mejor todavía si hacemos un picnic en el bosque. Seguirá prefiriendo recorrer el mundo por su cuenta y riesgo a pegarse una semanita de vacaciones en algún spa de lujo en Hungría. Y preferirá mil veces irse con sus hijos a andar todo un domingo en bicicleta o a andar en patines que llevarlos al cine a ver esta película.

Por último, tengo que aclarar que mi marido no es tan puritano en aspectos más relevantes de la vida, lo que lo hace muchísimo más tolerable, por cierto.

martes, 6 de marzo de 2007

El hijo honrado del padre borracho

En el cuento de Ulschmidt en Siete Pecados, nos enteramos de un músico argentino que se hizo conocido por el mundo. Ulschmidt nos dice: "Al menos una canción de g. ha dado la vuelta al mundo - o por buena parte de él durante un buen rato - doy fé de ello". Creo que la prueba está acá. En una versión moderna de un grupo danés que ya presenté antes.



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domingo, 4 de marzo de 2007

Apuntes ociosos de fin de semana

A partir de hoy, este blog tiene un hermano mellizo en WordPress. Lo abrí para jugar un poco y para ver cómo se comparaba con Blogger. Si bien es cierto que los diseños son súper elegantes, Blogger todavía me gusta más. Un blog en WordPress es como una combinación de Blogger y GooglePages, pero a las plantillas de Blogger se le pueden hacer cambios gratis, lo que no es el caso con las de WordPress, y la administración de un blog es mucho más simple y elegante desde Google que desde WordPress. Reconozco, sin embargo, que exportar un blog de Blogger a WordPress es lo más parecido que yo vi a la magia desde que existe Internet.

A esta altura de mi vida, quizás tendría que medir mejor las consecuencias de tomar ésto, ésto y ésto en una misma soirée, creyéndome invulnerable a sus efectos.

Durante la dicha soirée me hicieron notar que soy sensual como una existencialista. Si alguien se da cuenta de lo que me quisieron decir, toda explicación es bienvenida.

El Ingeniero Que Sabe Contar Cuentos publicó su primer post en Siete Pecados, que esperamos no sea el último. ¡Bienvenido sea!

Hay magnolias en Bruselas. Este año queda oficialmente bautizado como El Año Que No Tuvimos Invierno.

¡Uf! ¡Qué bien que hace caminar 12 kilómetros en dos horas!

Jamás hubiera podido imaginarme que un noruego era capaz de bailar así de bien. ¿Cruzarán también el Ecuador dos veces?