Al final, anoche casi no me podía dormir, con la anticipación de mis primeras elecciones argentinas después de 20 años. Hoy a la mañana, no hablaba de otra cosa, hasta que recibí un "Bueno, ya está bien" a tres voces.
Me fuí para la embajada esperando encontrar allá, por lo menos, mejor ambiente. Pero tampoco. Lo primero que me crucé fue otro ejemplar de argentina que iba a "justificar el voto". Cómo ¿no votás? -le pregunté. No, yo no voto, ni quiero votar -me contestó, de lo más seria.
-Vos sí votás, Ana ¿no? -me preguntó la presidenta de la mesa.
-¡Obvio! -exclamé, de lo más entusiasmada.
Pero yo estaba de lo más convencida que votaba con domicilio en Bruselas y que eso de votar autoridades nacionales, como me habían informado en la convocatoria que recibí hace como un mes, implicaba que sólo podía elegir al presidente y para eso me había preparado.
Flor de sorpresa me llevé cuando me enteré que votaba autoridades nacionales en el distrito que fue mi último domicilio en Argentina, es decir la Ciudad de Buenos Aires, y que además del presidente tenía que elegir senadores y diputados. Caramba.
Empecé a mirar por todos lados y lo único que encontraba eran las listas de los partidos pegadas a las paredes del pasillo de entrada. Me puse a temblar, horrorizada con la idea de tener que votar en blanco o, peor todavía, a ciegas. Adentro están las listas de los candidatos -me dijeron, y me tranquilicé un poco.
Monopolicé la entrada durante por lo menos media hora hasta que me terminé de estudiar todas las listas. Y voté para presidente, diputados y senadores nacionales por la Reina del Plata haciendo la combinación más rara que hice nunca.
Media hora más tarde suspiré y dije en voz alta: "Estoy bien contenta con lo que voté".
Y así es. Mis candidatos no entran ni primeros ni segundos pero eran, creo, lo mejorcito que andaba por las listas.
Y ahora sólo nos queda esperar cuatro años de buen gobierno.