Revolución mexicana
Ayer, 24 de abril, la legislatura de la Ciudad de México aprobó la despenalización del aborto durante los tres primeros meses del embarazo, lo que pone a México a la altura de cualquier país moderno civilizado. La despenalización es sólo para la Ciudad de México, pero dará acceso a todas las mexicanas que viajen a la capital a tales efectos. En un país con un Estado laico, pero al mismo tiempo con tanta tradición católica esta medida es casi revolucionaria.
Tengo que confesar que me llevé una sorpresa mayúscula y una buena alegría también. Por fin una buena parte de las mujeres latinoamericanas verá reducido su riesgo de morir en abortos clandestinos y peligrosos a manos de curanderas, charlatanes y otras prácticas dudosas cuando les toca pasar por el mal trago de un embarazo no deseado. Por fin tendrán la libertad de elegir, si la medida se implementa teniendo en cuenta los intereses de las mujeres afectadas y no los de los grupos más reaccionarios.
En América Latina, sin embargo, se corren algunos riesgos ante una medida como ésta. Entre las contradicciones del continente, las de la salud pública no son de las menores. Quizás a causa de la inequidad económica y social, o de la mezcla de tradiciones seculares y modernidad, o de la ignorancia y la falta de respeto por las leyes, se conjugan al mismo tiempo los problemas de salud que vemos en los países menos desarrollados con los que se observan en las sociedades más avanzadas.
Con respecto al tema reproductivo pasa un poco lo mismo. Los chicos y las chicas tienen comportamientos sexuales propios de sociedades liberales, pero con el descuido y la falta de información propios de sociedades tradicionales y sin el sostén de la familia o de la sociedad necesarios. Para que una ley de aborto cumpla con el fin que tiene que cumplir, que es cuidar la salud física y mental de las mujeres y dejar que los hijos que nazcan lo hagan en las mejores condiciones posibles, tiene que estar acompañada por una educación sexual que se base sobre todo en la prevención. Sin políticas preventivas que las acompañen, una ley de aborto más o menos libre funcionará como otro método anticonceptivo más, como dicen que pasaba en Rusia durante los años comunistas. Y ése sería el peor resultado posible.
Como están dadas las cosas, la penalización del aborto es otro de los factores que contribuyen a empeorar la inequidad en América Latina. Pese a que el aborto es ilegal, en la región se llevan a cabo unos cuantos millones de abortos al año. Las mujeres que tienen los medios para hacerlo, lo hacen en forma bastante segura y con poco riesgo, mientras que las mujeres pobres son las que más sufren bajo métodos arcaicos, primitivos y peligrosos. Unas tendrán la oportunidad de seguir con su vida, educarse, trabajar. Las otras morirán en el intento, sufrirán daños irreparables o enfrentarán una vida de madres solteras que solo llevará a más pobreza.
Como dije antes, hay riesgos. Ojalá que la política de salud pública mexicana los sepa conjurar. Y ojalá también que en un país que yo conozco se les ofrezca pronto a las mujeres la misma libertad de elegir que a las mexicanas.