Las sábanas y las ciencias sociales
Una de las razones por las que me hubiera gustado ser socióloga o antropóloga es porque hacen lo que ellos llaman trabajo de campo. El trabajo de campo es meterse en el ambiente que uno quiere investigar para verlo desde adentro, viviendo con la gente que uno quiere estudiar. Los ejemplos más conocidos de esto son los de los antropólogos que se van al Amazonas, o al África, y se ponen a vivir en alguna tribu perdida que jamás había tenido contacto con la civilización hasta que llegó el antropólogo y arruinó todo. En realidad, eso de vivir en tribus perdidas en lugares inhóspitos nunca me interesó demasiado, pero hay otros ejemplos que me resultan más atractivos.
Uno de esos ejemplos es el del joven estudiante hindú Sudhir Venkatesh del que nos cuentan Steven Levitt y Stephen Dubner en el capítulo más interesante de ese libro encantador que se llama Freakonomics. El joven Venkatesh se introdujo en una banda de vendedores de crack en los barrios negros de Chicago y vivió con ellos durante unos seis años, estudiando su modo de vida, su forma de hacer negocios y las motivaciones detrás de la criminalidad. El resultado visible de esos seis años fueron por lo menos cuatro artículos publicados junto con Levitt y el capítulo del libro al que me referí antes, además de un puesto de profesor en alguna Universidad bien pagada. De todas formas, tengo que reconocer que eso de instalarme en un ghetto negro de Chicago junto con un montón de matones maleducados que dicen todo el tiempo fuck you, man! tampoco es mi idea de cómo pasárselo bien en la vida.
Y ahora me acabo de enterar de otro ejemplo y este sí que me gustaría haberlo hecho yo. Una joven socióloga de la Universidad de Copenhague está publicando los resultados de su vida como telefonista en un burdel danés, una “clínica de masajes”, como se suele llamar eufemísticamente a estos lugares en Dinamarca, ya que en todos lados cuesta llamar a las cosas por su nombre y Dinamarca no parece ser ninguna excepción.
Cristina Alzaga, la joven socióloga de la que hablo, da toda la impresión, por su perfecto acento, de haber nacido en Dinamarca pese al apellido de origen vasco que a los argentinos nos suena a Revolución de Mayo. En algún momento de sus estudios esta joven descubrió que la literatura sobre prostitución estaba muy polarizada desde el punto de vista político y moral, como si los autores tuvieran desde el comienzo una posición tomada a favor o en contra de ella. Su objetivo entonces fue intentar una mirada sobre la prostitución desde la situación de las mujeres que la ejercen para hacer una descripción de la vida que llevan y de sus experiencias y vivencias sin intentar ningún juicio de valor al respecto. Del todo no lo consiguió, porque parece ser que ahora se le achaca estar defendiendo la prostitución, pero su experiencia parece haber sido bastante gratificante, como ella misma lo reconoce y a mí no me cuesta nada entender.
Cristina Alzaga llamó por teléfono a varios prostíbulos hasta que consiguió trabajo en dos de ellos como telefonista-recepcionista y responsable de todas las otras actividades logísticas que hubiera que hacer. Durante los varios meses que duró su estudio tuvo la oportunidad de descubrir qué había detrás de todas esas mujeres haciendo un trabajo estigmatizado por la sociedad y tuvo la oportunidad de vivir en carne propia la complicidad y la solidaridad que se crean en un grupo muy próximo y unido que comparte vivencias demasiado cercanas a las esferas más íntimas de los seres humanos. Cuenta también que en varias ocasiones las chicas le ofrecieron trabajar con ellas, pero que no quiso para poder seguir con su estudio tomando la distancia necesaria. Yo creo que para mí esa hubiera sido una de las tentaciones más difíciles de resistir siendo así de joven.
¿Por qué existe la prostitución? Uno podría pensar que en el mundo moderno, con tanta libertad sexual y pocas represiones religiosas o sociales, sería una actividad en vías de extinción. Sin embargo, no parece ser así. Una vez leí un artículo llamado “The theory of prostitution” donde, para analizar la demanda, el supuesto básico de la teoría era que a los hombres les gusta el sexo más que a las mujeres. El análisis de la oferta se hacía teniendo en cuenta que las mujeres pueden elegir entre vender sexo reproductivo en el mercado del matrimonio o sexo no reproductivo en el mercado del sexo y que eligen teniendo en cuenta el beneficio en cada mercado. De más está decir que el primer supuesto provocó en mí cierto sentimiento de incredulidad, así que durante un tiempo me dediqué a investigar entre mis amigos y conocidos qué opinión tenían al respecto. No conseguí poner nada en claro, aunque algunos contestaron que eso era cierto y otros que no. Una de las respuestas más interesantes que recibí decía que aunque a los hombres les gusta más, las mujeres tienen más capacidad, a lo que otro le respondió de qué servía tener talento para las matemáticas si igual no te gustaban. Yo creo que el gusto y el talento van casi siempre juntos, pero la discusión sigue en pie.
Hoy acabo de leer en Politiken una nota sobre un estudio que se hizo entre la población danesa y que se publicó en The Journal of Sexual Medicine. El estudio se llama “Sexual Desire in a Nationally Representative Danish Population”, la población representativa es de 10.000 personas, por lo que no tendría ninguno de los problemas de tipo estadístico que suelen tener estudios así y, desgraciadamente para mi intuición, parece darle la razón a las autoras del artículo anterior. Una de las conclusiones del estudio es que los hombres tienen casi siempre más ganas que las mujeres, en todos los grupos de edad. Otra, que lo que más hace disminuir el deseo en las mujeres es el matrimonio, los hijos y tener un trabajo importante. En los hombres el deseo disminuye con la edad y con la falta de un trabajo importante.
Esas conclusiones son más relevantes de lo que aparentan, ya que el supuesto de que a los hombres les gusta más el sexo que a las mujeres también se usa en Ciencias Políticas para explicar porqué las mujeres votan más a la izquierda que los hombres.