lunes, 31 de julio de 2006

De BRU a BUE

Me estoy yendo de vacaciones. Tengo la cabeza en el avión y en cómo olerá mañana el aire en los alrededores de Ezeiza, cuando me reencuentre con el lugar que más quiero en el mundo. Mientras el taxi nos lleve por la General Paz, la 25 de Mayo y la Nueve de Julio, tendré al lado mío a dos nenes grandes que estarán conscientes por primera vez de estar descubriendo la otra mitad de ellos mismos, esa mitad que el mes pasado se les presentó en celeste y blanco haciendo goles, pero para la que los vengo preparando desde que les canté y les conté las canciones y los cuentos de María Elena Walsh, les leí Todo Mafalda de tapa a tapa, explicándoles cada una de las tiras, o los inicié a la lectura de Horacio Quiroga con El Loro Pelado, haciendo gala de mis mejores dotes histriónicas, estrenadas para la ocasión. Va a ser buenísimo. Espero que mi Argentina los trate bien.

Esperaba haber dejado otra cosa antes de cerrar por vacaciones, pero el veranito belga ha puesto mis neuronas en descanso. Para la vuelta a lo mejor escribo sobre por qué son felices los daneses, o sobre los determinantes, en general, de la felicidad humana, o sobre por qué esa especie animal llamada hombre está en permanente búsqueda de la felicidad. O a lo mejor, no. A lo mejor nomás les cuento cómo fuimos de felices en BUE.

lunes, 24 de julio de 2006

Summertime

... and the living is easy...


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Gracias Baterflai!

miércoles, 19 de julio de 2006

La primera serie que vi entera

Una de las cosas que me pasaron cuando me vine a vivir a Bruselas fue que dejé de ver televisión. Un poco lo mismo que me pasó cuando me fui a vivir a Dinamarca, aunque en ese caso lo que pasó fue que dejé de oír música. Supongo que los cambios radicales llevan a un abandono de hábitos también radical o que el esfuerzo de adaptación hace que uno abandone antiguas costumbres.

El hecho es que la primera vez que escuché hablar de Sex and the City fue en el verano del 2003 en una fiesta de cumpleaños que hizo una de esas amigas trashumantes que uno tiene la dicha y la desdicha de conocer en esta ciudad de nómades, en la que decidió festejar sus cuarenta años como tres años antes para compensar el hecho de haber festejado sus treinta tres años después. Esta amiga mía es danesa y los daneses tienen algunas costumbres cumpleañeras que a mí me parece se tendrían que exportar al resto del mundo; una es que festejan a lo grande los cumpleaños terminados en cero, casi como se festeja un casamiento, la otra es que en esas fiestas de cumpleaños los invitados más cercanos le dedican al festejado canciones inventadas por ellos mismos y discursos para nada improvisados contándole todo lo que esa persona significa para ellos de una manera más o menos humorística pero siempre (bueno, casi siempre) cariñosa.

El caso es que mi amiga había invitado a todas sus viejas amigas de la facultad y una de ellas le dedicó un discurso totalmente inspirado en Sex and the City, donde hacía un paralelo entre cada una de ese grupo de amigas y cada uno de los personajes de la serie. De más está decir que yo me quedé completamente colgada y no entendí nada de nada, ya que no sólo no había visto jamás esa serie, sino que ni siquiera sabía de su existencia sobre la faz de la televisión pese a que ya andaba por su última temporada y en ese mes de julio del 2003 quizás hasta había terminado. Resultó ser que la cumpleañera tampoco la había visto nunca y para entender de qué se trataba el discurso de su amiga decidió cortar por lo sano y se la compró toda en DVD. Supongo que lo habrá hecho de a poco, al fin y al cabo era una señora ocupada y con nenes chiquitos y también habrá visto la serie de a poco, o no.

Hace un par de meses esta cuarentona precoz preparaba, junto a su retorno a Dinamarca, una de esas mudanzas familiares que le quitan el aire al más pintado, después de cinco años de haber juntado artefactos más o menos inservibles y en la lista que preparó para tal ocasión con las cosas que quería sacarse de encima estaba la colección completa de Sex and the City.

Yo miré la lista sin demasiado interés. A esta altura de mi vida una cuna de segunda mano o una colección de Duplo usados ya no tiene el atractivo que tenía hace unos años, pero la colección completa de una serie de televisión que nunca había visto y a mitad de precio me resultó bastante tentadora, así que me la reservé antes que cualquiera tuviera tiempo de respirar y me la traje a casa. Resulta ser que yo soy una señora ocupada pero con nenes grandes y un marido que estuvo tres meses fuera de casa, lo que me dejaba las noches completamente libres, así que durante el último mes, después de acostar a los chicos, me instalé en el sofá a ver los noventa y cuatro capítulos uno detrás del otro.

En el mejor estilo obsesivo-compulsivo que me caracteriza, me sentaba con la idea de ver dos o tres capítulos por vez, pero me encontraba a las tres de la mañana muriéndome de sueño después de haber visto entre seis y ocho. Una noche seguí de largo y vi doce de una sentada, apagué la tele, desperté a los chicos, les serví el desayuno, los mandé a la escuela, me duché, me vestí y me fui a trabajar, tiritando de sueño. El humor de perros que tuvieron que soportar mis colegas ese día todavía es tema de conversación.

Pero bueno, ahora ya entiendo de qué habla la gente cuando habla de Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte. Entiendo un poco por qué la serie se convirtió en una especie de caracterización emblemática de la mujer bien educada, de clase media alta, un poco malcriada y caprichosa, que elige tanto que al final no le queda qué elegir. Me identifiqué con la historia de esas mujeres con características que yo asocio a mujeres diez años más jóvenes que yo, pero que sin embargo son de mi generación. Y aunque a veces me enojaba con esas chicas que no sabían más que mirar su propio ombligo ni satisfacer más que sus propias necesidades, sea de hombres o de zapatos, tengo que confesar que después de los noventa y cuatro capítulos me alegré bastante con el final de cuento de hadas. Y ahora reconozco otro código en el lenguaje de la gente.

Lo que todavía me quedó sin descubrir es a cuál de los cuatro personajes se parecía mi amiga, la del cumpleaños.

viernes, 7 de julio de 2006

Olores para catalogar

Agustín tiene uno de los blogs que descubrí primero y que nunca dejé de leer. Suerte de principiante, que la llaman. Agustín escribe cuentos, novelas, ensayos, poesías, memorias, exámenes, guiones, artículos y cualquier otra cosa que se le ocurra, escribe sin parar y todo el tiempo. Agustín cuenta, entretiene, ilustra, divierte, emociona, hace reir, hace llorar, impresiona, enseña, conmueve y encanta. Y también hizo una lista de olores de la que me quiero copiar, porque el olfato es el sentido que más me hace sentir viva. Lo que sigue es mi lista:

El olor a humedad y ropa limpia de la casa de mi abuela cuando llegaba los viernes a la noche y la encontraba vacía, en verano.

El olor a madera y hojas quemadas en la neblina de la tarde de San Juan, en pleno invierno.

El olor a los jazmines de noviembre en los quioscos de Buenos Aires, cuando el aire está cargado de tormenta.

El olor a lluvia en el Cañadón del Río Pinturas, la quintaesencia del olor a lluvia sobre la tierra seca.

El olor a la mezcla de un perfume de hombre y otro de mujer que existió solamente una noche.

El olor a Martes de Carnaval en La Paz, Bolivia, una mezcla de olor a pólvora quemada y cerveza rancia inexplicablemente vital y depresiva al mismo tiempo.

El olor dulce y seco de mi piel después de un día de playa.

El olor de mis dedos, después de masturbarme.

El olor irrepetible de mis hijos recién salidos de la panza, la razón por la cual nunca hubiera parado de tener hijos.

El olor del hueco de tu clavícula en los momentos álgidos, un olor que es la esencia del amor y del sexo.

El olor de tu aliento cuando nos despertamos, un milagro, increíble.

Se puede continuar, si uno quiere. La idea salió de acá.

miércoles, 5 de julio de 2006

Ésta soy yo

Patrizio tiene un blog que, como él dice, es una charla de café. Él va tirando cosas todo el tiempo, cualquier cosa que se le ocurra, con bastante poca autocensura, pero siempre muy bien escrito, y la gente va, comenta, se ríe y dice lo que le parece. A veces hay un clima de delirio en los comentarios que me hace acordar a esas épocas en las que uno se ponía a decir una tontería atrás de la otra colectivamente, hasta que en un momento se llegaba a una situación de bienaventuranza, una especie de nirvana de la risa, en la que todo el mundo se reía como loco y se lo pasaba súper-bien. Además de sus post desopilantes, Patrizio también tiene secciones fijas, no menos desopilantes, algunas que están desde el principio, como los ¿Sabías que…? y los Tesoros de su discoteca de vinilo, otras que estuvieron y desaparecieron, como los Diálogos de viaje, los chocolatines Jack o las Leyendas urbanas y otras que están desde hace no mucho como El manual del buen blogger o, de la que se trata aquí, sus Bloggers. Porque Patrizio, además, dibuja, y además de tener uno de los blogs ilustrados más lindos que andan por la blogosfera, lleno de fotos y tapas de discos, pone sus propios dibujos que son, al mismo tiempo, divertidísimos y encantadores, a los que también organiza en series. En la serie Bloggers nos dibuja a nosotros, por orden de aparición y de pedido, y ayer me tocó a mí. Patrizio, para que sepas, estoy súper halagada y agradecida. Me encantó. El dibujo está ilustrando este post y aquí se pueden ver los comentarios del autor.

Bruselas italiana

Y hasta yo. Es que el fútbol hace que a veces a uno se le olviden los principios. Magia.

sábado, 1 de julio de 2006

El día después

Ayer, a eso del mediodía, pasé por un quiosco y jugué a los Euromillones. No juego muy seguido, dos o tres veces por año, pero esta vez había un pozo de 58 millones y pensé: “Bueno, si pierde Argentina, por lo menos me consuelo con ésto”. Mientras pagaba pensaba: “¿Cuánta plata haría falta para consolarme?” Los 58 millones seguro que me consolaban del todo, pero 10 o 15 euros seguro que no lo iban a hacer. ¿500 euros? ¿1000? Tampoco. Al final de la tarde todavía no había llegado a la conclusión de cuál sería la cantidad de plata necesaria que me consolaría por haber perdido con Alemania. También anduve preguntando por ahí, como siempre que hago estos experimentos mentales, y recibí distintas respuestas, todas con cantidades de dinero bastantes más bajas de las que yo estaba dispuesta a sacrificar. Téngase en cuenta el hecho de que ese dinero era solamente riqueza en potencia, nada real. Un dinero que yo en realidad no tengo, sino que podría llegar a tener si ganara la lotería. Pero que de todas formas era algo más o menos seguro, porque la pregunta estaba formulada así: Si alguien te ofreciera la posibilidad de elegir entre ganar una cierta cantidad de dinero a la lotería mañana en forma segura o que Argentina le gane hoy a Alemania, ¿cuál sería esa cantidad de dinero?

Después seguí un poco con mi experimento mental y pensé: “¿Cuánta plata estaría dispuesta a pagar de la que realmente poseo para que Argentina gane?” En esta pregunta la idea no era pagar para que alguien deje ganar a Argentina o para convencer a los otros para que pierdan, sino nada más que la cantidad de dinero que yo estaría dispuesta a sacrificar de mi fortuna personal para que Argentina gane de verdad, jugando como los dioses y dejándonos a todos contentos. Mi pregunta era: ¿Cuánto vale para mí en términos monetarios que Argentina salga campeón? La respuesta fue una cantidad bastante menor a la que aceptaría dejar de ganar en los Euromillones, lo que confirma el dicho de que más vale pájaro en mano que cien volando.

Entonces, mi tercera pregunta fue: ¿por qué yo estaría dispuesta a hacer un sacrificio económico para que Argentina salga campeón? ¿Por qué, por ejemplo, estaría dispuesta a renunciar a una cantidad de plata que me dejaría irme de vacaciones el año que viene al lugar que se me ocurriera viviendo de la forma más lujosa imaginable, o a comprarme el trajecito de Chanel con el que siempre soñé o a pagar el resto de la hipoteca de mi casa? Mi marido me contestó que es porque me sobra la plata, pero él está, por lo menos, en la misma situación económica que yo y su sacrificio económico sería muchísimo menor. ¿Qué es lo que me hace feliz cuando Argentina gana un Mundial? Yo creo que es esa sensación que nos queda en la memoria, en la individual y en la colectiva. Ese recuerdo de la gente festejando por la calle en mi invierno patagónico del ’78 o en mi invierno porteño del ‘86. Yo creo que los hubiera pagado por disfrutar de la felicidad que hubiera sentido mi hijito menor que ayer, después de los penales, se puso a llorar y que hoy todavía sigue paseando la camiseta por el Bois de la Cambre. Por esa sensación de perfección que hubiera sido ganar una final un 9 de Julio, esta vez en verano. Por haber podido estar feliz de ser argentina a trece mil kilómetros y diecisiete años de distancia. Y eso vale bastante más que un trajecito de Chanel.

Bueno, y ahora me voy a mirar el resultado del sorteo de los Euromillones, para ver si la diosa Fortuna decidió consolarme de alguna manera y ver si lo consiguió.