martes, 28 de marzo de 2006

A veces nada es como lo cuentan

Mi nene grande acaba de cambiar la voz. La cambió así nomás, de repente, de un día para el otro. A mí me habían contado que eso era un proceso más o menos paulatino y que en el interín, la voz del afectado subía y bajaba de formas varias, cambiando de los tonos más graves a los más gallináceos durante un cierto período de tiempo, en general un proceso bastante divertido. Yo me lo había imaginado venir en uno o dos años y también me imaginaba lo bien que me lo iba a pasar riéndome de, y con, mi nene grandote. Pero no, como todo en él, nada es como me lo contaron y un día, a las cuatro de la tarde, se me presentó hablando con la misma voz de bajo profundo de su padre.

domingo, 26 de marzo de 2006

Confirmado

Esta señora se va a pasar todo el mes de agosto en BUE. Era hora.

martes, 21 de marzo de 2006

La tragedia de un genio

Alguna gente, por el contrario, vive en unos pocos años lo que para otros son necesarios ocho siglos. Como ejemplo, podemos ver el caso del joven matemático Evariste Galois, un francesito inadaptado que, quizás por haber recibido un dosaje de testosterona más elevado que la media al encontrarse instalado en el seno materno, resultó ser tremendamente apto para las matemáticas pero tremendamente inepto en sus relaciones sociales y en su manejo del idioma materno.

El chico es realmente un caso excepcional. Normalmente los grandes matemáticos vienen de familias de matemáticos. La habilidad para las matemáticas suele estar determinada genéticamente y, por eso, si uno revisa alguna historia del pensamiento matemático con espíritu chismoso va a encontrar los mismos apellidos en repetidas ocasiones, siendo la familia más conocida la de los Bernoulli. Este joven francés no sólo no tenía antecedentes matemáticos entre sus antecesores, sino que empezó a estudiar la bella ciencia que le ocuparía el resto de su corta vida bastante tarde, luego de que su madre se empecinara en educarlo en los clásicos griegos. El joven, republicano empedernido además, nacido en plena Francia imperial, presenta desde muy temprano ciertas conductas de rechazo a la autoridad que tienden a no ayudarlo demasiado en su carrera académica.

Su contribución principal parece ser la invención de la teoría de grupos que utiliza, a su vez, para llegar a la conclusión que las ecuaciones de grado superior a cuatro no siempre tienen solución, pero de eso no estoy muy segura. Lo que sí sé que pasó fue que murió a los veinte años, tras recibir un balazo en un duelo, probablemente a causa de una dama que no lo amaba, tras exclamar en los brazos de su hermano "¡No llores! Necesito todo mi coraje para morir a la edad de 20 años". En el camino dejó escritos montones de artículos –escribía compulsivamente– algunos de ellos seminales, pero la genialidad de sus descubrimientos sólo fue reconocida como 10 años después de su muerte. Algo parecido le pasó a Ramsey, pero eso lo dejamos para otro día.

viernes, 10 de marzo de 2006

Matusalenes

Andan por ahí algunos especialistas en longevidad diciendo que en menos de veinte años va a haber tales avances en ciertas técnicas medicinales que la vida del ser humano se va a extender mucho más allá de lo que hoy por hoy se cree son sus límites, algo así como unos 120 años. Se nombran cifras tales como 500, 800 o 1000 (¡mil!) años. Las consecuencias sociales, o económicas, de semejante revolución son difíciles de imaginar y hasta ahora nunca leí nada al respecto, pero de vez en cuando hago algún ejercicio mental sobre el tema, tratando de imaginarme un mundo con gente sobrecargada de experiencia. Casi siempre me gusta encontrar compañía para mis ejercicios mentales, pero en este caso la mayoría de la gente encuentra la idea tan absurda, que ni siquiera le dedican al tema más de medio minuto de atención y se distraen con otra cosa. El único al que conseguí enganchar con la idea fue a mi marido, al que desde que nos conocemos suelo arrullar con mis divagaciones hasta que los dos nos quedamos dormidos. Creo que nos pusimos de acuerdo en irnos cada uno por su lado y seguir siendo tan amigos. Hubo otro que me dijo, en el escaso medio minuto que le dedicó al tema, que él seguiría casado con la misma durante los ochocientos años. Después de esa respuesta, perdió unos cuantos puntos de mi estima por su falta de imaginación.

sábado, 4 de marzo de 2006

Edad de merecer

Mi madre tuvo la indecencia de casarse con un hombre ocho años más joven que ella. El hombre, que más que hombre a esa altura era un chico de veinte años, se parecía un poco a Marlon Brando en The Wild One cuando era joven y a George Clooney en Syriana cuando era viejo, mientras que ella era una preciosura de un metro cincuenta y cinco y ojos azules y ahora es una viejita de lo más piola, de la que mi hijito menor heredó la risa. Las hijas que tuvieron, mi hermana y yo, salieron bastante normalitas, sin ninguna chance de ganarse la vida entre la beautiful people, pero sí entre los knowledge workers, por obra y gracia de una abuela paterna bastante más inteligente que la media, aunque demasiado parecida a la abuela de la Cándida Eréndira.

Que esa pareja haya terminado junta tuvo más que ver con el hecho de haberse encontrado en una conjunción tiempo-espacio donde no había demasiada oferta del sexo opuesto que con el de estar hechos el uno para el otro, lo que llevó a un divorcio tumultuoso y desolador diez años más tarde. Mientras que a mi señora madre no se le volvió a conocer varón, su ex-marido se casó un par de veces más, siempre con mujeres más jóvenes que él, como para compensar. Las hijas juraron que jamás se casarían con hombres más jóvenes que ellas. Una cumplió su promesa y la otra no.

Yo siempre digo que a los espécimenes de hombre más atractivos los enganchan las mujeres más despiertas antes de que ellos cumplan los 25 años, independientemente de la edad de la mujer. No hace tanta falta ser joven y bella, sino más que nada estar con los ojos abiertos y saber a lo que se va. Tengo un amigo que no entiende por qué, por ejemplo, los jugadores de fútbol famosos, como Beckham, se casan tan jóvenes. Mi eterna respuesta es que es a esa edad, entre los 20 y los 25 años, los hombres tienen la necesidad más urgente de vivir emparejados, necesidad que disminuye notablemente en los años siguientes, en los que concentran todas sus energías en hacerse escritores famosos, deportistas millonarios, empresarios poderosos o presidentes de alguna república. Una vez que han logrado su objetivo, les vuelve la necesidad del apareamiento y entonces encontramos esos casos de directores de periódicos internacionales casados con modelos 20 o 25 años más jóvenes que ellos.

¿Qué lleva a una privilegiada por la madre naturaleza a elegir, por decir algo, casarse con Menem y no con Beckham? Yo diría que su falta de visión, pero siempre puede haber otras respuestas.