martes, 25 de octubre de 2005

Don de lenguas

Cuanto más cerca está el idioma en el que te movés todos los días de tu idioma materno, más difícil se te hace evitar el contagio. Durante años, mientras hablaba danés, mi castellano argentino-patagónico se mantuvo incólume, inmutable. Sólo lo mezclaba, de vez en cuando, con palabras que designaban cosas o conceptos que no estaban en mi mapa mental de argentina, como dyne o rugbrød o ombudsmand o cosas así. Lo que en realidad estaba bien y estaba mal, porque, por un lado, no se me arruinaba el lenguaje, pero, por otro, se me había quedado como paralizado, detenido en el tiempo. Cuando empecé a hablar francés, me dí cuenta que la virginidad de mi castellano no había sido virtud mía, sino el resultado feliz de la lejanía entre el danés y el castellano (lejanía no del todo cierta, por otra parte, ya que hay montones de expresiones y de dichos que se dicen de la misma forma). El francés se metía, de a poquito, por cualquier intersticio que encontraba y de repente me encontraba diciendo no importa qué en lugar de cualquier cosa o ¿Es que tenemos café? en lugar de ¿Tenemos café?. Todo esto no lo había pensado mucho hasta el día en que encontré a mi súper amiga española y, mientras su hija aprendía a hablar en argentino en media hora gracias a mi hijo, el políglota, que a su vez aprendía los verbos más corrientes en modo imperativo en versión peninsular, nosotras nos contagiábamos como locas y nos reíamos como locas de todas las diferencias entre nuestros respectivos "idiomas".
Ahora tengo un cuidado bárbaro, y protejo a mi castellano con dialecto del cono sur como a una especie delicada en peligro de extinción. Lo que tiene sus ventajas y desventajas. Por suerte, el políglota está empecinado en ayudarme.

viernes, 14 de octubre de 2005

Melingo, compadre


Me lo fui a ver a Melingo por segunda vez en el año. Cuando el año pasado me dio esa nostalgia que no había sentido desde mi primer año de emigrada y me entraron de repente unas ganas desesperantes de escuchar tango, me enteré de que en BUE había toda una renovación tanguera que se me había pasado completamente por alto. Por eso, la última vez que anduve por allí, me compré 2 o 3 discos nuevos y uno de ellos fue Tangos Bajos. En casa quedamos todos fascinadísimos y, cuando en la primavera cayó por el Botanique, nos fuimos de cabeza a verlo. Los chicos, furiosos porque no los llevamos, se encariñaron tanto con el disco que se lo metieron en el iPod y se aprendieron las canciones de memoria. Así que, cuando esta vez volvió para tocar en el Senghor, sacamos entradas para todos y estuvimos preparando el corazón durante, por lo menos, un mes.

Melingo empieza de a poquito, al principio no parece nada, sólo esa voz gravísima, callejera, casi cascada. Pero sus músicos son impresionantes y se crea una sinergia entre él y ellos que todo se pone hirviendo y hay momentos en sus conciertos en que uno no lo puede creer. Cada vez que tocan una canción, la versión es diferente, por eso me dejan una sensación de tango-jazz, no porque haya jazz, sino por el toque de improvisación y de cambio. Con la de ayer de Narigón yo quería que no se terminara nunca. De repente, había en BRU una onda a BUE, a 86 yendo por Avenida La Plata, a San Juan y Boedo antiguo, a milongas en Palermo Viejo, que me suavizaba un poco la nostalgia.

martes, 11 de octubre de 2005

Una pareja perfecta

A veces me siento la hija de Frankestein y la Celestina. Agustín y Nerea , si todavía no se conocen, tendrían que encontrarse, enamorarse, casarse y dedicarse a concebir una dinastía de escritores que le asegurarían al castellano premios Nobel de literatura durante los próximos 200 años. Y ser felices y comer perdices. Con esta propuesta me estoy asegurando el odio eterno de sus respectivas parejas. Pero a lo mejor el agradecimiento, también eterno, de futuros lectores deslumbrados.

lunes, 10 de octubre de 2005

Soles y planetas

Esto de los blogs es como visitar miles de sistemas solares paralelos. Existen algunos sistemas chiquitos, donde el sol y los planetas están más o menos equilibrados. Existen otros con un sol enorme, un planeta o dos contundentes y montones de planetitos. Y existen otros con una estrella luminosísima y planetas brillantes y lunas estupendas. A veces se chocan, o se encuentran. Mañana lo explico mejor.

domingo, 9 de octubre de 2005

España 2 - Bélgica 0


Ayer llevé a mi hijito más grande a ver su primer partido de fútbol. Que esa responsabilidad haya caído en la madre se debe nada más ni nada menos que al hecho incontestable de que el padre cuenta, entre sus innumerables virtudes, con la de que no le gusta el fútbol. No es que no le guste del todo, no. Si de repente el tipo cae en un partidazo de ésos en los que todo el mundo corre, juega y mete goles, lo disfruta como cualquiera. Pero él no va a cambiar ninguno de sus otros planes, ni planificar ningún fin de semana en función de ningún partido de fútbol, faltaba más. Con decir que para ver la final Dinamarca-Alemania en el verano del '92 lo tuve que sobornar...

Bueno, la historia es que ayer jugaba España en BRU un partido decisivo para clasificarse para el Mundial del año que viene y algunos de los españoles de mi trabajo se habían organizado para ir al Roi Baudoin a verlo juntos. A uno le sobraban dos entradas y yo, ni lerda ni perezosa, se las encargué al toque. Teníamos nada más que dos, así que mi hijo más chiquito se quedó sin fútbol. Eso me hacía sentir aliviada por un lado, porque me daba un poco de miedo llevarlo a un estadio de fútbol, pero un poco culpable por otro, porque la madre y el hermano se lo iban a pasar en grande.

Bueno, para ir tomamos el subte, en el que había una onda impresionante (un ambientazo, como dicen mis amigos españoles). Los belgas y los españoles todos embanderados y pintaditos, cantando juntos de todo corazón. Ahí me di cuenta que tanto no desentonaban entre ellos, porque todo era rojo y amarillo, con un poco de negro, además. Llegando al estadio, para seguir con la nota típica, nos compramos unos churros con salsa de chocolate belga. Al final tuvimos que correr un poco porque nos equivocamos de entrada y nos sentamos justo antes de que empezara el partido. Mi nene, con sus once años, su metro sesenta y ocho y su look de pre-adolescente, se lo estaba pasando de primera (de puta madre, como dirían mis amigos españoles).

En fin, que como íbamos decididos a darle todo el apoyo moral a los españoles que necesitaran, nos pusimos a cantar como los mejores todos los Españas y olés que hicieran falta y Martín aprovechó para decir a los gritos todos los hijos de puta que se gritaron durante la velada con la sonrisa más divertida que le vi en mucho tiempo. Era toda una contradicción y un goce oirlo gritar unos de los insultos más fuertes que existen en castellano con una enorme sonrisa de nene atorrante.

Después de sufrir un buen rato y de aburrirnos otro, el partido se puso entretenido y nuestros cantos terminaron teniendo efecto. Para mejorar las cosas, los dos goles se hicieron del lado en el que estábamos nosotros, por lo que los pudimos ver bastante bien. La noche terminó siendo un éxito y nos volvimos a casa bien contentos, todo lo contento que vuelve uno cuando el equipo por el que hincha gana. La única desventaja que tiene esto de ir a la cancha es que no te repiten los goles y de repente te das cuenta de lo irrepetible de la vida.

Para completar la buena noche, Dinamarca le ganó a Grecia y quizás no se quede afuera. Ahora, lo que no tiene que pasar es que Argentina, España y Dinamarca empiecen en el mismo grupo, porque sino se nos desdoblará (se nos trisdoblará) el corazón demasiado pronto.

El más chiquito llevó a su papá a ver Bombón, el perro, de Sorín, aunque él ya la había visto antes conmigo. El papá, encantado.

domingo, 2 de octubre de 2005

Jugar a ser Nobel


Se están por repartir los premios Nobel de este año. Intentando averiguar quiénes son los candidatos del año, entré a la página oficial sueca y, en lugar de lo que buscaba, encontré un montón de jueguitos didácticos relacionados con todas las ciencias que se premian. Por ahora, los únicos que jugué fueron el del comercio internacional y el de los grupos sanguíneos, pero desde aquí se tiene acceso a todos. Para iniciar a chicos ignorantes -y a mamás poco actualizadas- en los misterios de las ciencias más abstractas son especialmente recomendables. Curiosamente, a mis hijos las ciencias más abstractas les resultan las sociales. Es que en realidad son un invento. O los comportamientos sociales más difíciles de cientificar que los naturales.